Julian Barnes se parece un poco al papá de Mafalda. Fisicamente digo, lo vi en algunas fotos, pero además lo vi una vez en persona, cuando vino a Buenos Aires a presentar su libro Arthur & George en el MALBA. No me acuerdo nada de lo que dijo esa vez. Me acuerdo que era alto y alevosamente inglés. Y que se parecía al papá de Mafalda, un poco más viejo y en versión británica. También me acuerdo que mi esposa (mi novia entonces, el tiempo pasa, y esto no es un comentario inocente, ya verán) ganó un libro autografiado por él que está en nuestra biblioteca. Arthur & George, claro. Tiene la letra chiquita Barnes, casi infantil. Nunca lo leímos. Pero va a seguir ahí en la biblioteca cuando Barnes se muera. Probablemente.
Leímos otros libros de Barnes. Mi esposa más. Yo solamente tres: «El loro de Flaubert», uno de cuentos, y ahora «Nada que temer».
De este último quiero contar algunas cosas porque me parece que no leerlo es un error. O sea, no dedicar cierto tiempo de nuestra vida a leer ese libro de unas 300 páginas y sí a cosas como buscar música que se parezca (según un algoritmo sordo) a lo que solemos escuchar o las notas de Página 12, La Nación o lo que sea que nos confirme en nuestra necedad (sea esta del partido y el dogma que se les ocurra), me parece que es desaprovechar algunas de las cualidades que nos diferencian (minimamente, es cierto, pero nos diferencian) de los mandriles.
Hay un reloj en la tapa del libro, ¿vieron? Bueno. Leerlo es aprovechar el tiempo.
Ojo, aviso: «Nada que temer» es un libro que habla acerca de la muerte. Partidarios del entretenimiento inocuo abstenerse… Bueno, en realidad no. La verdad es que los partidarios del entretenimiento inocuo deberían ser unos de los primeros en sentarse y leérselo de un tirón. A lo mejor los despabila y sienten ganas de colar entre Millenium y Millenium algo que les active la parte útil del cerebro. Además tampoco el libro es aburrido ni mucho menos. Lejos de eso, si algo no es aburrido es el temario que toca Barnes en este libro: la religión, la muerte, el envejecimiento, las relaciones familiares, la trascendencia, la inmortalidad, el arte. En fin, cosas que costaría meter en 140 caracteres, aunque algunos aventureros lo intenten en estos días en un acto audaz sí, aunque algo idiota, como la mayoría de los desafíos que derivan en récords mundiales.
Lo cierto es que «Nada que temer» es un libro honesto de alguien que no cree en Dios, pero lo extraña. Un tipo que ya llegado a viejo, advierte que hay varias cosas inevitables en las que tendría que ir pensando y, para tratar de entenderlas, escribe. Parece una biografía, pero no, es una vida que se cuenta. Es una vida que se trata de explicar explicando al mundo, a veces, otras, explicando las rabietas de una madre porque su esposo no llegó a usar las pantuflas que ella le había comprado cometiendo la brutalidad de morir antes de estrenarlas. Una vida que trata de explicar que las cosas no se explican. No es una biografía, porque, al fin y al cabo que el que cuente todo esto sea Julian Barnes, el inglés con cara de papá de Mafalda, es lo que menos importa. También hay otras voces en el libro, la de Jules Renard que anotó tantas cosas en su diario de hace más de dos siglos que parece que siempre va a haber una frase en ese libro que sirva exactamente para lo que necesitamos, de un Nietzsche quisquilloso, de un hermano demasiado lógico, de Montaigne en su torre, Flaubert, Ravel o Larkin. Todas voces de muertos. Y todas a su manera, nos dicen lo mismo, que no hay nada que temer en saber cómo son las cosas. Porque no hay muchas maneras. Hay una. Y este libro ayuda a entenderla un poquito.
Léanlo sin miedo. Rápido. Deja gusto a verdad en la boca. A último suspiro.
Sin nada que temer, voy por él. A tomar fuerzas, abandonar el miedo sabiendo que todos vamos a morir. Quizas el pánico no sea solo a la muerte sino a no dejar todo lo suficientemente «arreglado » y «feliz» a nuestra mirada