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Posts Tagged ‘cuento’

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De a sílabas, cuando tengo algo de tiempo, cuando en casa todos se duermen, sigo escribiendo cuentos. Esto, por ejemplo, es un pedazo de uno:

Sebastián es de otra época, de esta época. Aunque es joven todavía, la época de Diego ya pasó. Todas sus referencias tienen encima una capa de polvo: Martina Navratilova, Indiana Jones, los videoclubes, los teléfonos públicos, el cura saludando en el cierre de transmisión, los chocolates Jack, Ozzy Osbourne. Es de una época en la que podía preguntarle a los demás cuál sería su propio día de la Marmota y que lo entiendan.

Parado al lado de los probadores, fatalmente, Sebastián también se hace viejo. No es algo bueno ni malo, es el tiempo. Cada treinta minutos se hace viejo uno ahora, se le pasa la época.  Y eso no deja de ser un consuelo para Diego. En media hora, cuando Sebastián cuente sus proezas lúdicas, nadie va a saber qué mierda eran los Ungry Birds.  Y, como él, joven todavía, va a estar fuera de moda, fuera del mundo.

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Entre los más famosos rostros de villanos se incluyen los de dientes salientes y separados; los de bigotes desparejos y nerviosos, los de mandíbulas duras y cejas tupidas y los de excentricos y dementes disfraces macabros.
Hay muchos adjetivos en los rostros de los villanos. Y, en medio de ellos; en el centro en el que confluyen todos los colores, un señor de bigotes que habla un lenguaje de insectos; cuenta cuentos llenos de verbos, en donde la gente mata, muere, y brinda en vasos chiquitos con las mejillas rosadas.

 

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Si alguien se cruza con un ratón que sostiene una pipa llena de cacao y un bastón flexible de caramelo, es probable que se entere de la historia de Jaques y Cecille, el chico muerto de un susto y la chica del mucho pelo.
El ratón llevará un bombín y no podrá resistir la tentación de contar, por enésima vez, la historia de los dos chicos.
«La gente con mucho pelo tiene sueños más complejos», dirá el ratón, circunspecto, «Cecille soñaba en las tardes una vida opuesta a la hubiera soñado de dormir por las noches ese mismo sueño. Y es que, por las noches, Cecille no dormía, trabajaba cuidando las tumbas en el cementerio. Su vida de ojos abiertos eran lápidas, ratas y hombres algo trastornados que llevaban flores podridas a viejas amantes muertas. Por las tardes, Cecille vivía detrás del útero rosado de los párpados un romance secreto con Jaques el chico muerto de un susto. Nadie se enteró nunca de su doble vida, sino la hubieran echado de su trabajo. Jaques y Cecille tuvieron siete hijos y cada uno de ellos se transformó en un cuento. Porque, como todos saben, es ahí, en la literatura en donde pueden convivir tranquilos los sepultureros y los muertos».

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