Sentado en el borde de la bañadera, cuando veo a mi hija bañándose y jugando en el agua con sus patos y conejos de goma, muchas veces se me impone el recuerdo de un momento inexistente:
Es una escena previa a su nacimiento. Su mamá está embarazada, sentada en un piso de madera, y yo, enfrente suyo, imito el compás de su respiración. Todo eso es ciert0. Pasó efectivamente durante el curso de pre-parto en una habitación rodeada de espejos que debía servir también para clases de yoga, danza y gimnasia.
Lo raro es que, en el recuerdo que se me impone, mi hija está también ahí sentada con nosotros, pero concentrada en lo suyo, como cuando juega en su bañadera con sus juguetes de plástico.
La sensación concreta, para explicarme, es la de un deja vú; la de estar viviendo otra vez aquel día en la sala de espejos cada vez que veo cómo mi mujer baña a mi hija mientras ella juega con sus conejos y sus patos.
Y es esta una de las tantas cosas que en este mundo, sin tener ningún sentido tal vez ni importarle a absolutamente nadie, como las arrugas en los tronco de los árboles, están ahí y existen.